No
hay luz suficiente que elimine por completo esta oscuridad; la de mi
habitación, la de mi alma. Aunque las luces de los autos que pasan a
media noche lo intentan, con sus ruidosos adolescentes ebrios
destinados a morir jóvenes por haber intentado vivir demasiado
rápido. Pienso en ellos y bebo. Un trago amargo de mis propias
lágrimas. Nada nuevo. La misma botella y el mismo empaque caro.
Adornos sin razón para mis sentidos destruidos por el tiempo que
pasó.