Imagen extraída de la web. |
Una rata
se cola entre los agujeros de una pared roída por el descuido
humano, ella nació de la inmundicia ciudadana, es portadora de rabia y
pulgas. Logra penetrar el interior de una humilde casa alejada de la
ciudad, ubicada en los inmensos barrios. Busca con su olfato
restos de comida olvidados,en buen o mal estado, para poder
sobrevivir una semana más y dar a luz a sus crías que poco a
poco crecen en su interior.
Limpia la mesa para que sus hijos coman la cena – bollos de maíz tierno
con mantequilla y queso rallado –, toma respiros profundos por
el cansancio del día a día, que parece no darle vacaciones nunca... eso hace Lara. Una señora de unos treinta y nueve años pero que
aparenta mucho más. Viste una falda de jean larga hasta los
talones, con detalles de flores grabados con piedritas de plástico.
Una franela sucia por sus labores diarias luce manchas de sudor y de
grasa. Llama a sus hijos con un grito tan fuerte que hasta el vecino,
que ya está acostumbrado a la temible voz de Lara, la escucha sin
espantarse pero torciendo los ojos. Los muchachos, Brayan de diez y
Yorian de quince, se sientan a la mesa, furiosos por tener que comer
allí y no frente al televisor o frente a sus Canaimitas
(computadoras otorgadas por el gobierno de Venezuela).
Brayan
está en quinto grado de primaria. Es mala conducta y no piensa mucho
en las consecuencias de sus actos. Intenta siempre sobresalir frente
a sus amigos y en ocasiones logra cometer sandeces que lo meten en
problemas solamente para impresionar a sus panas y a las chamitas que
tanto persigue en el colegio. Tiene mañas sexuales porque desde los
seis años su tío Samuel, hermano de su padre, lo deja ver
pornografía en su cuarto, cuando Lara lo deja bajo su cuidado
mientras esta sale a la calle a calarse las interminables colas para
comprar leche, o pollo, o lo que sea que traiga el camión.
Yorian,
por otro lado, es un soñador. Su mente es demasiado grande para el
liceo público donde está metido ahora. Pasa la mayoría del tiempo
leyendo, en su Canaimita (porque los libros están demasiado caros) novelas de ciencia ficción y de suspenso. Sueña con ser famoso, no
en la farándula como actor o cantante, él ve más allá. Ve la vida
a lo Discovery Channel, haciendo reportajes en el continente
africano, o escribiendo libros sobre futuras guerras. Siempre lee las
pocas páginas que los periódicos hoy en día traen, y complementa
con lo que lee en la web, mientras roba la señal de wi-fi de su vecina, a quién tuvo que enamorar para que le
diera la clave.
Los
muchachos comen su cena tranquilos y Lara los ve enamorada. Todo el
esfuerzo que hace en el día vale la pena para solo verlos crecer y
vivir un día más en sus vidas, sanos y a salvo de los peligros que
la ciudad tiene. Pero mañana es otro día.
Lara
tiene extremo cuidado con la salud de sus hijos; quizás hasta más
que cualquier otra madre. No deja que se mojen en la lluvia ni que
coman cosas que les puedan enfermar del estómago. La escasez de
medicinas complica mucho la supervivencia en el sector; también influyen los elevados precios. Desde que Yorian se enfermó de
gastritis por ingerir comida de la calle, pasa su vida pendiente de
cada cosa que comen y dónde lo hacen. Trata de no tener depósitos
de agua que puedan generar crías de mosquitos, y mantiene la casa
limpia para evitar ratas, pero estas siempre encuentran la manera de
entrar en la roída casa de Lara.
Llega la
mañana otra vez en la agitada ciudad venezolana. Lara es la primera
en levantarse, como siempre, para preparar la comida y alistarse en
su nueva misión del día: llegará papel higiénico al supermercado
hoy, y tiene que ser la primera si quiere sacar cuántos paquetes
pueda. Un mensaje esa madrugada fue enviado a su celular antes que
despertara. El mensaje avisa la buena nueva: era un amigo Guardia
Nacional que cursó sus estudios de bachillerato con ella. Por
suerte, sus encuentros amorosos y juveniles les han llevado a tener
suficiente confianza.
Yorian y
Brayan salen primero que ella, después de devorar sus respectivas
arepas. Salen a la vista del monstruo que es la ciudad, inquieta y
pedante, intimidante y ruidosa. Los saluda con los habituales ruidos
de bocinas de trabajadores atareados, impacientes por llegar a la
monotonía de sus ambientes laborales. Su madre les regala un beso en
la frente a cada uno y un “Dios me los bendiga”, con la esperanza
de que, como el día anterior, regresen sin ni un rasguño en sus
cuerpos.
Son las
siete de la mañana cuando Lara llega a su destino y ya hay unas
cincuenta personas en fila esperando los alimentos y el papel
higiénico que el camión repartirá en por lo menos una hora más.
No es demasiada gente en comparación a otras mañanas. Mientras
empieza a subir el sol, el calor toma posesión del aire y se eleva.
Ya es la hora pero el camión no aparece. Alrededor de Lara, ya
pasados casi cuarenta minutos, hay cientos de personas. Muchas de
estas, madres impacientes como ella.
Los
muchachos tienen una mañana aburrida en su plantel de estudios.
Yorian no soporta la mediocridad de sus profesores, cómo resuelven
todo con ponencias y talleres donde todo el mundo puede sacar
papelillos con las respuestas y nadie hace nada al respecto. Él
nunca hace nada de eso, claro. Siempre se esfuerza más que cualquier
otro estudiante.
Ya pasada
la mañana y llegando el mediodía, Yorian sale de clases y no ve
rastros de su hermano menor. Hay escándalo en la esquina: dos
muchachas de su curso pelean, agarrándose por los cabellos mientras
se gritan obscenidades. Seguramente por algún chico. Una de ellas es
obesa y robusta, con muchas espinillas en la cara; lanza golpes al
azar mientras la segunda, una chica flaca y maquillada como mujer de
la calle, la toma con fuerza del pelo con la meta de sacarle un
mechón. Alrededor de ellas unos veinte alumnos las observan. Todos
filman y gritan para formar bulla, y nadie hace nada al respecto.
A su
frente un viejo edificio intenta mantenerse en pie y unos jóvenes
están en la misión de robar un auto en el estacionamiento; rompen
el vidrio del conductor y empiezan a husmear dentro. Yorian los ve y
tiene ganas de gritar para llamar la atención de algún vecino, pero
corre el riesgo de ser asesinado, herido, perseguido. Solo se dedica
a mirar unos segundos: son adolescentes como él, seguramente de su
misma edad o algo mayores. Ve sus caras, sudadas y con diminutos
fragmentos de vidrio que destellan; camina más rápido para no ser
pillado. No hay nada que Yorian pueda hacer, ni nadie más. El dueño
del auto no debió estacionar allí. Esa es la excusa de siempre. Su
amigo Matias lo alcanza de repente. Este lo saluda con una noticia,
con la intención de empezar un cotilleo.
- ¡Eh, Yorian!
- Epa. – Le responde, sin mucho interés en él.
La gran
noticia de su amigo involucra el supuesto robo de una clave en la
cuenta de Facebook de una de sus compañeras. En segundo
lugar, está la subida de imágenes sexualmente explícitas a la
cuenta de la misma chica. Fotos de la chica en diferentes posiciones
sexuales, completamente desnuda. Matías le enseña las fotos desde
su celular. La más fuerte de todas muestra a la menor de edad siendo
penetrada por un desodorante que ella misma se introduce por el ano.
- Magnífico. – Responde Yorian, asqueado por las fotos.
- Eres pato. – Le dice con poca madurez su amigo.
Su madre,
por otro lado, está en la lucha inhumana de conseguir lo que el
camión trajo. Ya es mediodía y ni una nube tiene compasión de los
ciudadanos en cola. ¡Pero empieza a avanzar! ¡Ve que la gente
entra! Y una vez que entra, lo que ve es lo más parecido a un campo
de batalla que cualquier otra cosa que la mujer haya visto. La
multitud corre por los pasillos, pasando anaqueles vacíos para
llegar al fondo del establecimiento donde están entregando el pollo.
Lara no va por pollo, así que busca rápidamente el papel higiénico
para largarse lo antes posible. Muchas personas corren a su
alrededor, como locos desesperados, y muchos de ellos tropiezan y la
pisan sin mucho cuidado y sin pedir disculpas. Pagar es igual de
tedioso pero lo logra. Cuando sale del supermercado se siente como un
ave liberada de su jaula. Mira de nuevo al sol que quema más que
siempre, pero algo nuevo aparece en el cielo: nubes de lluvia. Con
cuatro paquetes de papel higiénico en sus manos, empieza su camino
de regreso a casa.
Yorian se
preocupa por el tiempo de lluvia y por el hecho de que las señales
de vida de su hermano son absolutamente nulas. Cuando se separa de su
amigo Matías, que aun se deleitaba con las fotos y que de seguro
llegará a su casa encerrándose en el baño, comienza la búsqueda
de su hermano menor. Se rinde después de media hora de intento y se
dice a sí mismo que lo más probable es que haya partido a casa
temprano.
Camino a
casa, da con su paradero. Cree escuchar su voz en uno de los
callejones del barrio, y efectivamente es él. Está con un muchacho
mucho mayor que él. Ambos consumiendo cocaína y muertos de risa,
viendo las fotos de la chica desnuda en un celular. Yorian, furioso,
saca a su hermano del callejón, alejándolo del muchacho
desconocido; el pequeño Brayan se rehúsa a colaborar y le da golpes a
su hermano mayor para que lo suelte, cosa que no pasa. Pero el chico
desconocido los sigue. Su caminar es extraño. Sus ojos son rojos y
su mirada peligrosa. Lo último que Yorian ve pasa en segundos. El
destello de un arma a la luz tenue del día nublado; la reluciente
detonación, y el cráneo de su hermano volando en pedazos. Y el
color rojo. Hay mucho rojo en su ropa y en el suelo. El drogadicto
corre y se pierde. El cuerpo del pequeño cae en su propio charco de
sangre. El mundo de Yorian es color rojo ahora.
Lara
tiene la suerte de toparse con una tarima en medio de la ciudad. El
presidente, sonriendo, saluda a la juventud. Lara lo ve encantada, y
cuando comienza el homenaje al antiguo presidente, ya fallecido, sus
ojos se llenan de lágrimas. Ella sabe que su legado continuará por
generaciones, que sus hijos lo llevarán en la sangre. Una imagen
gigante del difunto cae en la tarima como un telón. El pueblo
enloquece en una mezcla de tristeza y felicidad. Lara suelta sus
bolsas para aplaudir y llorar, orgullosa de donde está parada.
- ¡Que viva la juventud por siempre! – dice el presidente, mirando al difunto.
- ¡Que viva! – gritan todos, incluso Lara que apenas puede hablar de la alegría.
Una rata
se cola en una casa. Es más limpia que las otras que ha visitado. Es
pequeña, pero acogedora. Hay calcomanías pegadas en la nevera
haciendo referencia al presidente actual, rojas y brillantes; las
mira hipnotizada por un instante. Come los desperdicios que la
familia olvidó desechar fuera de la casa. Cuando se harta, va a la
recámara principal y se posa en la pequeña cama, donde de seguro
duermen los niños. Orina en la almohada para luego dar a luz a sus
crías. Afuera llueve, nadie escucha sus chillidos.
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