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lunes, 22 de septiembre de 2014

Madre de las ratas



Imagen extraída de la web.


Una rata se cola entre los agujeros de una pared roída por el descuido humano, ella nació de la inmundicia ciudadana, es portadora de rabia y pulgas. Logra penetrar el interior de una humilde casa alejada de la ciudad, ubicada en los inmensos barrios. Busca con su olfato restos de comida olvidados,en buen o mal estado, para poder sobrevivir una semana más y dar a luz a sus crías que poco a poco crecen en su interior.




   Limpia la mesa para que sus hijos coman la cena – bollos de maíz tierno con mantequilla y queso rallado –, toma respiros profundos por el cansancio del día a día, que parece no darle vacaciones nunca... eso hace Lara. Una señora de unos treinta y nueve años pero que aparenta mucho más. Viste una falda de jean larga hasta los talones, con detalles de flores grabados con piedritas de plástico. Una franela sucia por sus labores diarias luce manchas de sudor y de grasa. Llama a sus hijos con un grito tan fuerte que hasta el vecino, que ya está acostumbrado a la temible voz de Lara, la escucha sin espantarse pero torciendo los ojos. Los muchachos, Brayan de diez y Yorian de quince, se sientan a la mesa, furiosos por tener que comer allí y no frente al televisor o frente a sus Canaimitas (computadoras otorgadas por el gobierno de Venezuela).



   Brayan está en quinto grado de primaria. Es mala conducta y no piensa mucho en las consecuencias de sus actos. Intenta siempre sobresalir frente a sus amigos y en ocasiones logra cometer sandeces que lo meten en problemas solamente para impresionar a sus panas y a las chamitas que tanto persigue en el colegio. Tiene mañas sexuales porque desde los seis años su tío Samuel, hermano de su padre, lo deja ver pornografía en su cuarto, cuando Lara lo deja bajo su cuidado mientras esta sale a la calle a calarse las interminables colas para comprar leche, o pollo, o lo que sea que traiga el camión.



   Yorian, por otro lado, es un soñador. Su mente es demasiado grande para el liceo público donde está metido ahora. Pasa la mayoría del tiempo leyendo, en su Canaimita (porque los libros están demasiado caros) novelas de ciencia ficción y de suspenso. Sueña con ser famoso, no en la farándula como actor o cantante, él ve más allá. Ve la vida a lo Discovery Channel, haciendo reportajes en el continente africano, o escribiendo libros sobre futuras guerras. Siempre lee las pocas páginas que los periódicos hoy en día traen, y complementa con lo que lee en la web, mientras roba la señal de wi-fi  de su vecina, a quién tuvo que enamorar para que le diera la clave.



   Los muchachos comen su cena tranquilos y Lara los ve enamorada. Todo el esfuerzo que hace en el día vale la pena para solo verlos crecer y vivir un día más en sus vidas, sanos y a salvo de los peligros que la ciudad tiene. Pero mañana es otro día.



   Lara tiene extremo cuidado con la salud de sus hijos; quizás hasta más que cualquier otra madre. No deja que se mojen en la lluvia ni que coman cosas que les puedan enfermar del estómago. La escasez de medicinas complica mucho la supervivencia en el sector; también influyen los elevados precios. Desde que Yorian se enfermó de gastritis por ingerir comida de la calle, pasa su vida pendiente de cada cosa que comen y dónde lo hacen. Trata de no tener depósitos de agua que puedan generar crías de mosquitos, y mantiene la casa limpia para evitar ratas, pero estas siempre encuentran la manera de entrar en la roída casa de Lara.



   Llega la mañana otra vez en la agitada ciudad venezolana. Lara es la primera en levantarse, como siempre, para preparar la comida y alistarse en su nueva misión del día: llegará papel higiénico al supermercado hoy, y tiene que ser la primera si quiere sacar cuántos paquetes pueda. Un mensaje esa madrugada fue enviado a su celular antes que despertara. El mensaje avisa la buena nueva: era un amigo Guardia Nacional que cursó sus estudios de bachillerato con ella. Por suerte, sus encuentros amorosos y juveniles les han llevado a tener suficiente confianza.



   Yorian y Brayan salen primero que ella, después de devorar sus respectivas arepas. Salen a la vista del monstruo que es la ciudad, inquieta y pedante, intimidante y ruidosa. Los saluda con los habituales ruidos de bocinas de trabajadores atareados, impacientes por llegar a la monotonía de sus ambientes laborales. Su madre les regala un beso en la frente a cada uno y un “Dios me los bendiga”, con la esperanza de que, como el día anterior, regresen sin ni un rasguño en sus cuerpos.



   Son las siete de la mañana cuando Lara llega a su destino y ya hay unas cincuenta personas en fila esperando los alimentos y el papel higiénico que el camión repartirá en por lo menos una hora más. No es demasiada gente en comparación a otras mañanas. Mientras empieza a subir el sol, el calor toma posesión del aire y se eleva. Ya es la hora pero el camión no aparece. Alrededor de Lara, ya pasados casi cuarenta minutos, hay cientos de personas. Muchas de estas, madres impacientes como ella.



   Los muchachos tienen una mañana aburrida en su plantel de estudios. Yorian no soporta la mediocridad de sus profesores, cómo resuelven todo con ponencias y talleres donde todo el mundo puede sacar papelillos con las respuestas y nadie hace nada al respecto. Él nunca hace nada de eso, claro. Siempre se esfuerza más que cualquier otro estudiante.



   Ya pasada la mañana y llegando el mediodía, Yorian sale de clases y no ve rastros de su hermano menor. Hay escándalo en la esquina: dos muchachas de su curso pelean, agarrándose por los cabellos mientras se gritan obscenidades. Seguramente por algún chico. Una de ellas es obesa y robusta, con muchas espinillas en la cara; lanza golpes al azar mientras la segunda, una chica flaca y maquillada como mujer de la calle, la toma con fuerza del pelo con la meta de sacarle un mechón. Alrededor de ellas unos veinte alumnos las observan. Todos filman y gritan para formar bulla, y nadie hace nada al respecto.



   A su frente un viejo edificio intenta mantenerse en pie y unos jóvenes están en la misión de robar un auto en el estacionamiento; rompen el vidrio del conductor y empiezan a husmear dentro. Yorian los ve y tiene ganas de gritar para llamar la atención de algún vecino, pero corre el riesgo de ser asesinado, herido, perseguido. Solo se dedica a mirar unos segundos: son adolescentes como él, seguramente de su misma edad o algo mayores. Ve sus caras, sudadas y con diminutos fragmentos de vidrio que destellan; camina más rápido para no ser pillado. No hay nada que Yorian pueda hacer, ni nadie más. El dueño del auto no debió estacionar allí. Esa es la excusa de siempre. Su amigo Matias lo alcanza de repente. Este lo saluda con una noticia, con la intención de empezar un cotilleo.



  • ¡Eh, Yorian!

  • Epa. – Le responde, sin mucho interés en él.



   La gran noticia de su amigo involucra el supuesto robo de una clave en la cuenta de Facebook de una de sus compañeras. En segundo lugar, está la subida de imágenes sexualmente explícitas a la cuenta de la misma chica. Fotos de la chica en diferentes posiciones sexuales, completamente desnuda. Matías le enseña las fotos desde su celular. La más fuerte de todas muestra a la menor de edad siendo penetrada por un desodorante que ella misma se introduce por el ano.



  • Magnífico. – Responde Yorian, asqueado por las fotos.
  • Eres pato. – Le dice con poca madurez su amigo.



   Su madre, por otro lado, está en la lucha inhumana de conseguir lo que el camión trajo. Ya es mediodía y ni una nube tiene compasión de los ciudadanos en cola. ¡Pero empieza a avanzar! ¡Ve que la gente entra! Y una vez que entra, lo que ve es lo más parecido a un campo de batalla que cualquier otra cosa que la mujer haya visto. La multitud corre por los pasillos, pasando anaqueles vacíos para llegar al fondo del establecimiento donde están entregando el pollo. Lara no va por pollo, así que busca rápidamente el papel higiénico para largarse lo antes posible. Muchas personas corren a su alrededor, como locos desesperados, y muchos de ellos tropiezan y la pisan sin mucho cuidado y sin pedir disculpas. Pagar es igual de tedioso pero lo logra. Cuando sale del supermercado se siente como un ave liberada de su jaula. Mira de nuevo al sol que quema más que siempre, pero algo nuevo aparece en el cielo: nubes de lluvia. Con cuatro paquetes de papel higiénico en sus manos, empieza su camino de regreso a casa.



   Yorian se preocupa por el tiempo de lluvia y por el hecho de que las señales de vida de su hermano son absolutamente nulas. Cuando se separa de su amigo Matías, que aun se deleitaba con las fotos y que de seguro llegará a su casa encerrándose en el baño, comienza la búsqueda de su hermano menor. Se rinde después de media hora de intento y se dice a sí mismo que lo más probable es que haya partido a casa temprano.



   Camino a casa, da con su paradero. Cree escuchar su voz en uno de los callejones del barrio, y efectivamente es él. Está con un muchacho mucho mayor que él. Ambos consumiendo cocaína y muertos de risa, viendo las fotos de la chica desnuda en un celular. Yorian, furioso, saca a su hermano del callejón, alejándolo del muchacho desconocido; el pequeño Brayan se rehúsa a colaborar y le da golpes a su hermano mayor para que lo suelte, cosa que no pasa. Pero el chico desconocido los sigue. Su caminar es extraño. Sus ojos son rojos y su mirada peligrosa. Lo último que Yorian ve pasa en segundos. El destello de un arma a la luz tenue del día nublado; la reluciente detonación, y el cráneo de su hermano volando en pedazos. Y el color rojo. Hay mucho rojo en su ropa y en el suelo. El drogadicto corre y se pierde. El cuerpo del pequeño cae en su propio charco de sangre. El mundo de Yorian es color rojo ahora.



   Lara tiene la suerte de toparse con una tarima en medio de la ciudad. El presidente, sonriendo, saluda a la juventud. Lara lo ve encantada, y cuando comienza el homenaje al antiguo presidente, ya fallecido, sus ojos se llenan de lágrimas. Ella sabe que su legado continuará por generaciones, que sus hijos lo llevarán en la sangre. Una imagen gigante del difunto cae en la tarima como un telón. El pueblo enloquece en una mezcla de tristeza y felicidad. Lara suelta sus bolsas para aplaudir y llorar, orgullosa de donde está parada.



  • ¡Que viva la juventud por siempre! – dice el presidente, mirando al difunto.
  • ¡Que viva! – gritan todos, incluso Lara que apenas puede hablar de la alegría.



   Una rata se cola en una casa. Es más limpia que las otras que ha visitado. Es pequeña, pero acogedora. Hay calcomanías pegadas en la nevera haciendo referencia al presidente actual, rojas y brillantes; las mira hipnotizada por un instante. Come los desperdicios que la familia olvidó desechar fuera de la casa. Cuando se harta, va a la recámara principal y se posa en la pequeña cama, donde de seguro duermen los niños. Orina en la almohada para luego dar a luz a sus crías. Afuera llueve, nadie escucha sus chillidos.


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