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domingo, 2 de diciembre de 2012

Pensando en las ilusiones frustradas.






¿Para qué ilusionarse?

La ilusión es la manera en que el ser humano intenta predecir el futuro, donde todo lo bueno siempre pasa según su imaginación y cada fantasía se cumple.

Lo triste de la situación es que en el noventa por ciento de la veces nada de lo que nos imaginamos en esa hermosa ilusión es exactamente como lo planeamos o como queríamos que fuese. 


Es ahí donde viene la frustración, el odio hacia el mundo y hacia ti mismo. Vienen las preguntas, las inseguridades, el miedo a que nunca pasen las cosas como tú quieres que pasen. El miedo a quedarte estancado en fantasía estúpidas, miedo a conformarse con lo poco atractiva que es la realidad, que nos golpea todo los días. 

Entonces surge la pregunta: ¿Es bueno ilusionarse con las cosas?

Todos sabemos que al uno estar ilusionado con algo, se experimenta una sensación de optimismo, a veces de motivación, pero ¿que tan ciertas son estas emociones?

Muy ciertas, en realidad. La ilusión, la fantasía de querer algo que parece imposible, nos motiva a alcanzar metas, logros, a ser mejores personas, a conquistar corazones, a escalar murallas que a veces parecen eternas. Así que en cierto modo sí, es bueno ilusionarse, pero no es bueno vivir en fantasías.

Lo que muchas veces pasa es que al imaginarse tanto un momento, una situación, o a una persona con la que quieres estar, en nuestra mente se crea un “mundo alterno” creado por nosotros mismos. Digamos que es como una pequeña habitación, que comienza siendo de paredes blancas, y que poco a poco vamos pintando en ella nuestros sueños, esperanzas. La cuestión es que no sabemos si aquellos dibujos se vuelvan algo físico. Todo está en nosotros, por supuesto; en el empeño que le pongamos a nuestras metas.

Pero existe otra posibilidad: Esforzarse mucho y no obtener resultados.

Y comienza la lluvia de inseguridades. Dudamos de nuestro camino, de nuestras decisiones, de nuestro físico, de nuestras habilidades. Comienza nuestra autodestrucción. Nos cegamos al mundo, cerramos nuestra mente, y perdemos la esperanza. Surge el miedo a la ilusión, y surge el miedo a un incógnito futuro; lleno de metas que uno quiere cumplir, y que a partir de nuestros fracasos pasados no estamos seguros de cumplirlas.

“Autodestrucción” es la palabra más adecuada.

Pues somos la típica máquina salida de un dibujo animado: tenemos en la cabeza un botón rojo y llamativo, el cual tenemos la libertad de presionar en cualquier momento y ver como se desmorona nuestra estructura mental. Esa es la cuestión; somos nosotros los que presionamos el llamativo botón rojo, nadie más. La decisión de estar triste y decaer está en nuestras manos; la decisión de dejarse llevar por fantasías y no querer vivir en la realidad, también lo está.

Pero no es malo soñar, nunca lo es.

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