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viernes, 16 de noviembre de 2012

Pescador



    

 


Las olas. Siento que llevo un océano en mi pecho. Las olas no son bondadosas conmigo. La playa de mi alma presume un cielo azul los días de semana, excepto los viernes.

Los viernes son de tormenta. Las olas de un mar negro azotan el rompeolas de mi pecho, ahogan a los marinos de mi alma, llevándose al pez enmarcado en mi sala de estar, que alguna vez llamé 'seguridad'.


Me gusta recordar los cielos estrellados de la costa, sin nubes, sin lluvia. Lo que anhelo ver es tu sonrisa, caminando por la playa de mi cuerpo, que siempre quiso ser tuyo.

Los miércoles el sol brilla con la intensidad de mil soles más, cantan los ángeles a pesar de que no haya creyentes en la costa, pues son esos días santos en los que te puedo ver sonreir, en los que puedo ver los agujeros en tus mejillas cuando te burlas de mi inocencia.


No existen alas de ángel más hermosas que la curva que se dibuja en tu rostro. La playa y su oleaje me recuerdan que el barco de tu atracción hacia mi ya partió hace mucho tiempo pero dejaste un ancla incrustada en mi pecho, tan pesada, tan molesta.



Y dejé de pescar en mar abierto. Las sirenas se burlaban de mi impaciencia y de mi terquedad; cantando canciones de amores prohibidos, de pescadores ahogados en alta mar, devorados por tiburones, cuyas almas vagan en un eterno lloriqueo.


Las cartas que te escribí se que nunca las respondiste. Las cartas que nunca envié las eché por mi barquito. Dejé que se ahogaran con mis lágrimas de sal. Dejé que mis sentimientos se los llevaran mis gritos a mar abierto.


Es difícil olvidar una tormenta que se lo llevó todo, pero vale la pena disfrutar del mar cuando está quieto.

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