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viernes, 2 de noviembre de 2012

Monólogo de la Luna Amarilla



La luna luce un tono de amarillo esta noche, me recuerda a la luz que emanabas al verme. En los ayeres de mi memoria aún soy cegado por aquella luminosidad que, como las figuras de los santos antiguos, es bendecida por los más fieles a tu belleza. Mi nostalgia llegó al tope aquella noche en la que decidiste no ver más las estrellas, pues el recuerdo de tu pasado me persigue, pues tu pasado es mi pasado. Corro como niño chiquito a mi habitación, porque soy asechado por la sombra que aún prevalece en mis recuerdos, cuya figura remarca tu cuerpo, aquel que llegué a sentir entre mis manos alguna vez.

 

Mi cama luce sábanas blancas. El color de la calma, del olvido. Me lanzo de espaldas, arrojándome al abismo de mi incertidumbre. Me revive con toda su calidez y su cariño. Pero la ventana no me dejará dormir tranquilo, entre sus cortinas se expande la luz de afuera, aquella luz lunar que hace que me estremezca cuando intento estar en calma, pues es esa luz que me impide dejar de pensar en el ser que encadenó mi mirada al pasado: Tú. El techo es mi lienzo en blanco donde siempre dibujo los planos de mis edificaciones, que se van construyendo por sí solas a medida que recuerdo mis paseos en bicicleta.


En mi techo imagino nubes, es el cielo azul que ahora se expande ante mí. En un prado te veo desvestir mientras corres como un caballo salvaje, y con un calor en mi pecho te dedico una sonrisa, mostrando lo feliz que estoy cuando me visitas en mis alucinantes sueños. Soy como un anciano que colecciona fotos en un álbum repleto de polvo, pero en vez de fotos son recuerdos que se quedan en mi mente, y que proyecto con mis ojos.


En la vía del campo íbamos como dos polizontes. Las ruedas de tu bicicleta se mancharon de fango, pero no existe mal en este inmenso mundo que pueda arruinar tu sonrisa, pues es el espejo que refleja la felicidad que me contagias, y la sabiduría que posees. 


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