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miércoles, 5 de junio de 2013

¿Por qué este niño me habla de muerte?

 

Mientras me alejaba de mis pensamientos tormentosos de este domingo, miraba el cielo nublado de esquina a esquina, la luz tenue que había en los rincones de la residencia en donde hoy en día vivo daba un ambiente prefecto para disfrutar de una lectura al aire libre, para despejar mi mente de pensamientos basura. Estaba yo inconforme con los lugares para estar mientras leía. Probé asientos de concreto que me dejaron muy inconforme, y en uno de esos cambios de lugar me topé con un par de niños que, a mi parecer, estaban peleados. Por las escaleras se escuchaba su discusión, y por lo que pude llegar a entender de aquel infantil drama, el niño más pequeño quería estar cerca del niño más grande, pero este último no quería estar con el niño más pequeño ni jugar con él, porque según este brabucón, el pequeño era un “webon”. Aquella pelea me causó mucha risa, por el simple y malévolo hecho de ver a niños tan pequeños decir palabras obscenas. El niño pequeño se terminó alejando del grande y se sentó junto a mí, mientras yo leía un capítulo de “Por Quién Doblan las Campanas”.
 

-¿Qué es eso?- me preguntó el niño.
 
-Un libro- respondí yo, temiendo a que se avecinara un cuestionario con un sinfín de preguntas fastidiosas. Nunca me he llevado bien con los niños.
 

El pequeñín, sin pedir permiso y con toda la confianza del mundo, volteó la tapa del libro para ver el ilustrado de la portada. La portada retrata a un hombre colgado de cabeza.
 

-¿Quién es él?- me pregunta en niño.
 

-Jordan.- le respondo. En realidad no tenía idea de qué personaje del libro era, simplemente asimilé que se trataba del protagonista sólo para responder a su pregunta.
 

-¿Está muerto? ¿Se fue al cielo? – me calló de sorpresa la pregunta del mocoso. Vi bien la imagen y detallé la expresión del personaje colgado de cabeza. Sí parecía muerto. Entonces no supe bien qué responderle, ¿A los niños se les puede hablar de la muerte?
 

-Sí, al parecer está muerto.- respondí una vez más sin en realidad saber, pues si en alguna parte cuelgan a un muerto de cabeza en la historia, no había llegado todavía a leerla.
 

El niño me siguió bombardeando de preguntas, hasta me pidió que le leyese un párrafo y con gusto lo hice. No resultó ser tan molesto, como siento que la mayoría de los niños a su edad lo son. Pasaron unos minutos de plática con el infante y luego llegaron un par de niños más de la nada, el pequeño se fue sin despedirse y corrió tras sus amigos. Y una vez más me encontré solo para seguir leyendo mi historia, y una vez más quise cambiarme de sitio.
 

En mi nuevo puesto, encima de una mesa de concreto bajo una maloca, volví a escuchar el ruido de una pelea infantil. Y, por lo que mis oídos y mi mente distraída de la lectura pudieron entender, el grupo de niños no quería estar con el pequeñín con el que yo había hablado hace unos instantes; se fueron a una de las torres de la residencia a jugar sin él. Escuché el llanto del enano detrás de un muro y fui a socorrerlo. Le dije que viniera conmigo y que se sentara a mi lado, y así lo hizo. Después de unos minutos logré calmarlo, distrayendo su mente con preguntas, tal y como él me distrajo de mi lectura en aquella última ocasión. Le eché un camión de preguntas para que dejase de llorar, y él con su acento de niñito, que aún le cuesta mucho hablar, me las contestó todas cómo pudo. Su nombre era David, tiene cinco años, no sabe leer, aquel brabucón que le habló mal era su hermano mayor, vive con su mamá y su papá y le gusta ver Pokémon y Bob Esponja.
 

Entre tantas preguntas, tras el intento de esquivar sus lágrimas, el niño tocó un tema algo peculiar. Me confesó algo que lo había estado perturbando desde hace un tiempo:
 

-yo vi un cuerpo, y no tenia piernas, estaba todo vestido de negro y me asusté mucho. Creo que era una bruja.- No asimilé bien lo que me dijo gracias a lo que algunos de mis tíos y tías llaman “lengua de pereto” así que le pedí que lo repitiera.
 

-… vi un cuerpo, y no tenia piernas… -repitió con sus ojos saltones llenos de asombro. Efectivamente sí había entendido bien. Me quedé unos segundos en silencio pensando.
 

-Y ¿donde lo viste?- le pregunté.
 

-Allá- me dijo, señalando en dirección al lugar en donde me había dicho antes donde vivía. Una planta baja de una de las torres que quedan frente a la mía.
 

-Me da mucho miedo, de verdad, por eso no me gusta estar solo.- continuó diciendo en su idioma de bebé que apenas está aprendiendo a hablar.
 

Lo primero que se me vino a la mente fue que estaba siendo partícipe de una broma, y fue lo que traté de tragarme en un principio. Pero, había algo, algo en su mirada que me daba a entender que de verdad tenía miedo. Una vez más, no sé si por el hecho de que detesto el llanto de un niño o porque sentí compasión por este, traté de desviar el tema de conversación, pues sentí que el pequeño lloraría en frente mío. Y antes de que yo pudiese decir algo, cuatro palabras salieron de su boca:
 

-Tengo miedo de morirme.
 

-Pero ¿Por qué hablas tanto de la muerte?
 

-Porque no quiero morirme.- Me reí gracias a aquella respuesta. El miedo inocente de un niño, no… de un humano, de un ser humano, ante la muerte. No recuerdo haber pensado en morir a esa edad.
 

-Tú quédate quieto- Le dije- Vas a vivir muchos años y morirás cuando seas un viejito.- Traté de sonar lo más amable posible.
 

-¿Voy a morir cuando sea un viejito?- ésta última pregunta vino acompañada de su carita arrugada y unos ojos apunto de soltar lágrimas.
 

-NO …NO.- Tenía que reparar, una vez más, el daño hecho- No vas a morir –Le mentí- No vas a morir nunca, tranquilo.
 

El llorón se calmó. Seguí hablando con él unos minutos más y lo convencí para ayudarle a buscar a sus amigos para convencerlos de que jugasen con él.
 

-¿Y si no quieren jugar conmigo?- me preguntó, preocupado.
 

-Pues, me quedaré contigo un rato más, hablando.- Le respondí, sin mentirle.
 

Buscamos la torre a donde se habían ido los otros niños y mientras subíamos las escaleras David interrumpió mi asenso para mostrarme “algo”.
 

-¡Mira! ¡Ahí va! ¡Lo que te decía!- Dijo apuntando con su dedo hacia otra torre.- Lo que te decía! Lo que no tiene piernas!
 

Miré en la dirección en que apuntaba su dedo, pero no logre avistar nada fuera de lo común. Lo miré a él, tenía cara de asombro, mas no de asustado. “Acaso este niño…”- pensé, pero detuve en seco mis pensamientos.
 

Seguimos hacia el apartamento donde estaban los otros niños. Un señor de unos cuarenta años nos recibió amablemente, era el padre de uno de los otros pequeños. Dentro estaban los otros jugando. Dejé al niño allí con ellos y me fui. Al bajar de la torre y salir al patio vi una vez más al lugar donde David apuntó con su dedo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero lo ignoré y seguí mi camino de vuelta a mi hogar, ya había leído suficiente y empezaba a llover. Algo de lo que me contó ese infante me dejó pensativo mientras anochecía. Un sentimiento de… miedo.

5 comentarios:

  1. Chamo, el cuento estaba buenísimo, pero siento que al final lo cortaste demasiado brusco... Pudiste agregarle un toque de novela. Pero bueno, ojalá el niño viva por muchos años, ojalá no haya sido la muerte la que tanto ve...

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    1. Ah ok, gracias por tomarte la molestia de leerlo. Pensé en agregarle algo de ficción, pero al fin y al cabo es una anécdota corta basada en algo que me pasó así que quise ser más real y dejarlo como pasó en realidad. Pero malo no sería continuarlo o crear una historia ficticia a partir de esto jajajaja
      saludos!

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  2. Demasiado bueno el cuento, esta excelente, me mantuve interesado durante toda la lectura. Muy buena redacción.

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  3. Vaya Raúl, bien interesante D: coincido con Jesús en lo de la redacción. A por cierto, "Por quien doblan las campanas" es un buen libro!

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  4. Excelente, la muerte, gran tema, hay algo después, o no? le preguntare a un fantasma...Felicitaciones Raul

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