Change Language

miércoles, 3 de julio de 2013

Cócteles de Soledad



En un bar de la ciudad, dos amigas se encontraban hablando, mientras compartían unas bebidas. Amelia y Fabiola. Fabiola contaba felizmente lo bien que le iba en su relación de ocho meses y lo mucho que estaba enamorada, mientras que la desafortunada Amelia secretamente la envidiaba, pues esta no era muy suertuda en el amor. 


 
Mientras más alcohol ingería más salían las palabras, y como muchos sabemos, el alcohol hace que nuestros sentidos se vuelvan un poco más honestos con nuestros semejantes. Amelia no pudo evitar soltar todo lo que tenía en su interior, todo lo triste que se sentía, y se lo confiaba a Fabiola en aquellos momentos. A pesar de todo Amelia no dejó de reírse en toda la noche, pues no contaba sus desdichas con tristeza, sino con cierto carisma, cosa que hacía siempre, pues a pesar de lo mal que le iba últimamente en la vida ella decide siempre sonreír, esto fue algo muy importante que le enseñó su abuela. Fabiola a pesar de ver aquella cara bonita y alegre sentía compasión por su amiga, así que trató de animarla invitándole más tragos, y así pasó la noche; bebieron dulces cocteles entre las dos y se reían de cualquier cosa que contasen, fuese triste o vergonzosa.



Ya pasadas de tragos, decidieron dejar el lugar y pedir un taxi.


-Querida amiga mía- Le dijo Fabiola a Amelia mientras salían del lugar- vamos a mi apartamento, no quiero que estés sola esta noche.- La voz de la mujer sonaba muy entrecortada, después de tantos cocteles era de esperarse.


-¿Segura que no hay problema?- el cuerpo de Amelia asimilaba mejor el alcohol que el de su amiga, y realizó su pregunta articulando a la perfección las palabras.


-shhhushh- indicó la otra para que se callase - claro que no hay problema, tonta.


Amelia fue la encargada de pedir el taxi debido a que se encontraba en menor estado de embriaguez. Ambas subieron al vehículo, ubicadas en la parte trasera. Amelia miraba por la ventana, a las luces de la ciudad en aquella noche fría, con el vidrio abajo, mientras Fabiola apoyaba su cabeza en su hombro para descansar. Se sintieron en paz e inseparables en aquel instante. Fabiola tomó la mano de Amelia.


-Te quiero, amiga.- Le dijo, aun en su pequeño estado de embriaguez, casi como un susurro.


-Yo también te quiero, borrachita. – Le respondió Amelia. Y ambas fueron iluminadas por las luces que pasaban rápido ante sus rostros. Tenían ganas de dormirse allí mismo y despertar como si nada al día siguiente. Cuando la idea cruzó la mente de Amelia, esa soltó una pequeña risita. “oh, sí. Nos llamarán las borrachas dormilonas del taxi. El taxista nos sacará fotos con su celular y saldremos en todas las redes sociales. Sería muy chistoso de ver.” Apoyó su cabeza en la puerta del vehículo y trató de no quedarse dormida. Su amiga no pudo hacer lo mismo, ya se oían sus ronquidos.


Llegaron a su destino. Amelia despertó a Fabiola de su sueño, ambas pagaron, y se bajaron. Subieron las escaleras de la residencia hasta llegar al apartamento, milagrosamente Fabiola no se cayó en el intento. Ambas reían y gritaban el nombre de sus ex parejas cada vez que se daban un golpe o tropezaban con algo, siempre acompañándolos con pequeñas obscenidades. Fabiola abrió la puerta y ambas entraron estallando en carcajadas al lugar. Las risas se interrumpieron. Ambas vieron el apartamento pocamente iluminado con algunas velas, había en la mesa de la sala una enorme botella de vino con pétalos de rosas alrededor. El lugar era una escena cliché de película romántica. Viendo bien hacia el piso, distinguieron un camino rojo que conducía hacia el balcón; se trataba de un “sendero” hecho con pétalos de rosas. Volvieron a estallar en carcajadas. “OOOH no te hubieses molestado”, le dijo Amelia a su amiga, y ésta también reía. Siguieron el camino de rosas hasta llegar al balcón del apartamento, miraron por el umbral que separaba la parte de adentro con la de afuera y ambas lograron ver una figura masculina, parada, bajo la poca iluminación de la luna y de las afueras de la ciudad. El hombre les sonrió, y Amelia captó de inmediato que se trataba del tal Damián, la actual pareja de su amiga.


-Los dejaré solos- le dijo Amelia a Fabiola embozando una sonrisa y se dirigió hacia la cocina, tontamente.


En ese momento, sentada en la cocina, escuchaba las risas de la pareja, fuera en el balcón. No sabía muy bien que hacía ella allí, supuso que tendría que irse dentro de poco. Una sensación de incomodidad le pesaba en los hombros junto con un extraño vacío en el pecho. Pasaron unos cuantos minutos de espera y Fabiola cruzó el umbral de la cocina.


-Hola.- saludó ésta, algo tímida.


-Hola, ¡vaya sorpresa! ¿No?- Comentó Amelia con ánimos.


-Sí, la verdad que sí. No me lo esperaba.


-Sé lo que vas a decir. Tranquila lo entiendo, me iré.- Dijo Amelia sin borrar su sonrisa.


-lo lamento mucho. Después podemos pasar un día juntas si quieres.- En ese instante entró Damián. Fabiola los presentó y platicaron unos minutos. Luego el hombre se alejó de ellas, en dirección hacia el balcón. Era obvio que esperaba la partida de Amelia.


-Y esta es mi salida, amiga mía. No te mortifiques, y claro que podemos pasar otros días juntas. Te deseo una feliz noche.- dijo Amelia. Fabiola la besó en la mejilla y ésta le devolvió el beso de despedida. Le abrieron la puerta y se alejó del apartamento, sin demostrar ni un gramo de tristeza hacia su amiga; más bien, demostró estar feliz por ella. Y lo estaba, sólo que le hubiese gustado no haberse sentido tan aislada en aquel momento. Fabiola le prestó dinero para el taxi, pero Amelia no tenía intensiones de usarlo, pues no vivía lejos de allí. No quiso prestarle atención a la peligrosa hora que era, sólo quería caminar para aclarar sus pensamientos autodestructivos.


Salió a la calle y respiró el aire frío de aquella noche. Todo estaba en silencio. Su reloj marcaba las tres de la mañana. No sólo caminaba por aquella calle sino que caminaba también entre sus pensamientos. De verdad se alegraba por su amiga, ella había tenido un mal pasado con parejas anteriores y estaba feliz ahora. ¿Cuándo le tocaría a ella? Se preguntaba. Pero el amor no era lo único en que pensaba, su futuro era otra de las vías de sus pensamientos aquella noche. Miró hacia las estrellas pero sólo había nubes de lluvia, detalló los alrededores de la calle y todo estaba callado y solitario. Pensó que pegaba bien con el tono de la ciudad en esos instantes: callada, solitaria. Llegó a su apartamento y lo primero que hizo fue tirarse en la cama, como una bomba lanzada desde una aeronave. Se quedó dormida, pero no sin antes derramar algunas lágrimas saladas. Se preguntaba... ¿Cuántas veces se había sentido sola sin darse cuenta? ¿Cuántas veces había sonreído sin de verdad sentirlo? ¿Cuántas lágrimas absorbería su almohada aquella noche?


-Oh, cócteles dulces de soledad- Dijo para sus adentros, antes de quedarse dormida.

2 comentarios:

  1. lo lei con gran afinidad pero me dejaste cortada con ese final! esperaba algo mas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mi intención desde el principio era narrar algo corto que reflejase la soledad de una joven mujer, y cómo trataba de demostrar que aquellos sentimientos no la afectaban, mientras veía a su amiga y quizás a otros conocidos ser felices tanto en la vida como en el amor.
      Gracias por tomarte el tiempo para leerlo.

      Eliminar