Es frío lo que hace en
este cuarto; Cuando abro la puerta se escapa junto con mis depresiones. Con la
piel erizada, lucho, entre cráteres escamosos y picores. Hace frío. Con todo y
eso las lágrimas escapan libres sin darme cuenta, y no se congelan al caer al
suelo, sino que se disuelven junto con alegrías que creí únicas en un universo
donde el todo es más que palabras, y menos que miradas, pero equitativas a una
noche sin dormir, donde me come la piel el parásito que llevo años cargando.
Los estigmas personales, físicos y emocionales, hundidos en sonrisas, en
canciones, en versos. Necesito un complemento circunstancial de tiempo y otro
de olvido, con dos tazas de hidratación para mi piel, y miel para un mal sabor
de boca al verme en los espejos de mi casa en ruinas pero bien decorada. Deseados cuerpos de atenienses o espartanos,
luchadores en cuerpo y alma del areté;
envidia de mis soles por sus pieles brillantes. Si pudiese copiar y pegar mis
estigmas lo haría en otra vida, cuya carpeta se pueda olvidar en confines de un
disco duro irreparable y descontinuado. Pero no es fácil adaptarse cuando hay
tanta belleza en el mundo y sabes que jamás serás parte de aquella belleza
física de la tierra. Pero eres bello en el cosmos de tu mente, donde navegas en
las estrellas y galaxias, únicas de tus mundos; con los seres que ven lo lindo
en tu persona y que intentan quitarte esa venda de los ojos que te impide ver
más allá de aquella piel inestable, gastada, y triste; que no define quién eres
realmente. Y que nunca lo hará.