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martes, 19 de julio de 2016

La musa del Ermitaño

Ermitaño chino, por Gworld


Echa al abismo aquellos recuerdos que fundieron nuestras emociones en piedras preciosas. No hay nada más que frío cuando respiro y veo el mar que ruge en esta eternidad.

Mis ojos se congelan al pensarte. Estás flotando en el agua y las olas no te hacen daño. No le temes a la oscuridad del cielo, no le temes a mi corazón que late. Pero yo te temo porque ya morí una vez en tus brazos, en el agua fría.


Una vez terminadas las palabras, el poeta arruga el papel. No entiende lo forzado de sus pensamientos, ni por qué sus manos se niegan a seguir la escritura sobre sus pesares. Desecha el escrito al mar, donde es devorado por las olas. Desecha la pluma negra con la que crea su arte. Y en la lejanía está la mujer que lo observa, la musa de sus palabras, el fantasma de sus recuerdos. Esta se entristece cuando la desesperación del escritor se ve a kilómetros de distancia. 


Cuando vuelve a su vida de ermitaño, no entiende lo que le ocurre a su alma. Ella lo espera en la mesa con un tazón de sopa fría, con un vestido de novia manchado y viejo, y con un anillo de oro. También escribe porque es lo único a lo que puede aferrarse:

Cuando las promesas de amor se olvidan, los vientos del norte albergan temores nuevos. Y yo, al buscarte en las tinieblas de tu mirada, sigo viendo solo el vacío que dejas cada vez que te marchas. Soy ahora versos que arrojas al mar. Soy ahora tinta corrida.


Al aparecer la ventisca de la tormenta que viene, desaparece, dejando tan solo una nota al lado de la escopeta y manchas de sangre en la morada. Y a un hombre sin ganas de crear arte.


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