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jueves, 3 de enero de 2013

Las noches en mi celda




Trato de no pensar en los gritos de afuera. No solo son los gritos, también escucho golpes y alaridos de animales. Ya no sé qué tiempo tengo aquí encerrado; perdí la cuenta de los días, de las horas. Me alimentan, me bañan, se aseguran de que esté en buenas condiciones. Lo han hecho por un largo tiempo. No lo entiendo. ¿irán a matarme? ¿Formaré parte de aquellos gritos y alaridos que escucho a lo lejos, afuera de mi celda? Siento como si me preparasen para algo.
 

Fui secuestrado. Estaba camino a mi apartamento de soltero, después de un día de trabajo duro en el periódico de la ciudad. No tengo un cargo importante, soy caricaturista y escribo para una columna infantil, narrando cuentos cortos. La paga no es mucha, pero tengo lo suficiente, me se administrar. No soy jefe de nadie, no me llevo mal con nadie, no me llevo de maravilla con nadie, no tengo mucho dinero. ¿Qué hago aquí entonces? ¿Quién se molestaría en secuestrar a un simple caricaturista? No tengo padres adinerados ni ningún familiar o amigos ricos. No me lo explico. Todo pasó muy inesperado: al abrir la puerta de mi apartamento, sentí un pinchazo en el cuello. Lo último que recuerdo fue que una figura oscura me tomaba de los brazos para que no me impactara con fuerza hacia el suelo. Luego me desperté aquí, asustado y confundido. Y pasaron las horas, los días, y aún no tengo idea de que pasa. Solo se que me tienen bien cuidado, por los momentos.
 
Tengo mi propia cama en esta celda. No es muy cómoda, pero me ayuda a dormir, poco, pero lo consigo a la final. Duermo con miedo, como con miedo. Hay un retrete en la celda, justo al lado de la cama. Es terrible tener que hacer mis necesidades en esa cosa, pero no me queda de otra. Soy un animal atrapado.
 
He visto muy poco del exterior. Cuando aquellos hombres con máscaras de hierro vienen a alimentarme y a bañarme, en el momento en que entran puedo ver un poco de lo que hay afuera. No es mucho lo que puedo ver, en realidad. Solo distingo un pasillo largo y muy poco iluminado; me da la sensación de que me encuentro bajo tierra.
 
Un estruendo, la puerta se abre. Me alimentaron hace un par de horas así que me parece extraño que quieran entrar de nuevo a verme. También es muy pronto para una ducha. Entro en pánico, mi corazón se acelera violentamente y mis ojos quedan ciegos por la luz de afuera, a pesar de ser muy débil y tenue. Entran dos hombres, con los mismos uniformes de siempre: Capuchas negras como la noche y máscaras de hierro, con dos orificios para sus ojos y con un extravagante pico donde deben de estar sus narices. Tengo miedo. Se acercan a mí velozmente y cada uno me toma de un brazo, obligándome a levantarme de mi cama, y casi arrastrándome hacia afuera.
 
Ha llegado mi turno. Sea lo que sea que me vayan a hacer espero pase rápido. No quiero formar parte de aquellos alaridos que no me dejan dormir por las noches.

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