Los turistas vieron pequeñas páginas de un diario que flotaba en el mar, y estas se alejaban a medida que el barco daba marcha hacia su destino. La chica que vieron con un vestido estampado de flores desapareció, y junto a ella aquellos ojos violeta que jamás se borrarían de la memoria de muchos. Algunos lloraron, otros gritaron de pavor, los más curiosos se acercaron al borde en busca de algún cuerpo.
En el
barco, antes de su huida al mundo desconocido, todos se fijaban en su figura de estatua griega. Sus
ojos extrañamente teñidos de violeta eran la envidia de las mujeres abordo y la codicia de todos los varones.
Ella se continuaba la escritura de sus misteriosos textos. Varios pasajeros la tildaron de
muda por sus escasas habilidades para socializar. Pasaba sus días en el crucero pintando rosas con su pluma y
escribiendo poemas que nunca mostró a nadie. A veces sonreía
mientras miraba hacia el horizonte y al infinito mar que los rodeaba.
Todos
cotilleaban en la cena sobre la chica, mujeres celosas y hombres
deseosos de sexo; pero ella se hundía en soledad mientras leía sus
propias palabras.
Una
mañana, un hombre se le acercó a la ninfa vestida de flores. Un
señor regordete, casado y con tres hijos adolescentes. Ningún
miembro de su familia estaba en el crucero. Se agachó para hablarle:
–Tengo
familia, una casa y muchos autos, pero cambiaría todo lo que tengo
por tener la dicha de compartir cama con tu bello cuerpo –le dijo
el hombre a la joven.
Sorprendida
por la propuesta del hombre –que era mucho mayor que ella–
decidió responderle con la más dulce de las voces:
–No
sabe cuánto me halaga, señor. Pero debo decir que otro hombre posee
mi corazón y me está esperando.
–¿Quién
es ese? Solo admitiré mi derrota si es más rico que yo y si tiene
más autos y más casas de las que yo tengo. Yo estoy dispuesto a
pelear por tus ojos que me hipnotizan.
La chica
se retiró y dejó en la memoria del hombre una sonrisa sutil,
perfecta como la de una escultura del mármol más fino. Y cuando el
hombre se reincorporó notó cientos de ojos llenos de odio en el
ambiente, todos posados en él.
Y así
comenzó la más fría de las batallas por el amor de la ninfa con
ojos violetas. Cada hombre de la embarcación mostraba sus atributos
ante la desconocida y ante los demás tripulantes, para intimidar y
llenar de asombro como si se encontraran ante un público en una
feria de fenómenos; un circo de hombres creídos y feos, viejos y
jóvenes, llenos de testosterona. Mientras unos bailaban, otros hacían
malabares; los más grandes alzaban mesas, a sus esposas regordetas y
a un sinfín de objetos pesados con un solo brazo.
Las
esposas e hijas observaban los espectáculos que tenían que
soportar diariamente en el crucero, y no se cansaban de preguntarse el motivo de
tanta atracción hacia la chica que escribía y se dedicaba a dibujar
rosas con su pluma en su misteriosa libreta. Lo que más les pesaba a
las mujeres era que la joven misteriosa, con ojos de santa, lucía
una actitud modesta y dulce, y no parecía preocuparse por sus
horribles y falsos pretendientes. Ignoraba el mundo que la rodeaba y
solo reía y dibujaba, reía y escribía.
Una
tarde, la desconocida decidió hablar nuevamente aunque no parecía
harta de los hombres ni del crucero. Llamó la atención con el sonar
de su copa y una cucharilla para luego transmitir unas palabras a los que
disfrutaban de su banquete en el comedor.
–Veo
que muchos son los hombres que buscan de mí, pero el hombre que me
ama está esperándome y las esposas de los que me persiguen están
celosas y enojadas porque creen que soy más hermosa que ellas. Cosa
que no es cierto, pero el humano busca siempre pelear con su
semejante.
–¡Ninguna
de ellas se compara a tu belleza! –dijo uno de los hombres, un
borracho, y su esposa de inmediato arremetió contra él lanzándole
un plato de comida entero.
–Pronto
acabaré con sus males –respondió la hermosa chica,
observándolos a todos con sus ojos violetas.
Antes de
anochecer, cuando el cielo se tornó de un naranja brillante y tan
solo unas pocas estrellas tuvieron el atrevimiento de asomarse en el
cielo, todos vieron el espectáculo que afuera del comedor empezaba a
formarse: los hombres, ya ebrios por el ron y los cócteles, miraban
asombrados cómo la hermosa chica se desnudaba frente a ellos. La
forma de su cuerpo, al caer el vestido pintado con flores blancas y parecido al manto de un
ángel, era perfecta y sin ningún lunar que se asomase en su piel
suave. Pero a pesar de la hermosura que ante ellos aparecía, ninguno
de los salvajes hombres tuvo el atrevimiento de acercarse y tocarla.
Lo
siguiente que presenciaron, tanto hombres como esposas e hijas, fue
cómo la joven tomaba su cuaderno del suelo y se lanzaba por la
borda, sin hacer sonido alguno al caer al agua. Todos se alarmaron de
inmediato y se acercaron para verificar lo que había pasado. La
chica nadaba como impulsada por una fuerza invisible y los miraba
desde abajo mientras se alejaba del crucero. Su sonrisa era más
radiante que el sol del atardecer.
Alarmados,
los más borrachos empezaron a lanzarse por la borda para perseguir a
la ninfa que se alejaba. Diez, veinte, treinta gorilas llenos de
testosterona en un mar que no tuvo piedad de ellos. Las esposas
gritaban despavoridas por sus amados. Las hijas lloraban porque la
chica se fue sin contar el secreto de su belleza. Algunos hombres se
ahogaban y otros eran devorados por misteriosas criaturas. Y, al caer
por completo la noche, la oscuridad ocultaba la estela de sangre que
dejaba la embarcación.
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