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martes, 28 de abril de 2015

Falsos pretendientes


   


Los turistas vieron pequeñas páginas de un diario que flotaba en el mar, y estas se alejaban a medida que el barco daba marcha hacia su destino. La chica que vieron con un vestido estampado de flores desapareció, y junto a ella aquellos ojos violeta que jamás se borrarían de la memoria de muchos. Algunos lloraron, otros gritaron de pavor, los más curiosos se acercaron al borde en busca de algún cuerpo.



    En el barco, antes de su huida al mundo desconocido, todos se fijaban en su figura de estatua griega. Sus ojos extrañamente teñidos de violeta eran la envidia de las mujeres abordo y la codicia de todos los varones.



    Ella se continuaba la escritura de sus misteriosos textos. Varios pasajeros la tildaron de muda por sus escasas habilidades para socializar. Pasaba sus días en el crucero pintando rosas con su pluma y escribiendo poemas que nunca mostró a nadie. A veces sonreía mientras miraba hacia el horizonte y al infinito mar que los rodeaba.



    Todos cotilleaban en la cena sobre la chica, mujeres celosas y hombres deseosos de sexo; pero ella  se hundía en soledad mientras leía sus propias palabras.



    Una mañana, un hombre se le acercó a la ninfa vestida de flores. Un señor regordete, casado y con tres hijos adolescentes. Ningún miembro de su familia estaba en el crucero. Se agachó para hablarle:



    –Tengo familia, una casa y muchos autos, pero cambiaría todo lo que tengo por tener la dicha de compartir cama con tu bello cuerpo –le dijo el hombre a la joven.



    Sorprendida por la propuesta del hombre –que era mucho mayor que ella– decidió responderle con la más dulce de las voces:



    –No sabe cuánto me halaga, señor. Pero debo decir que otro hombre posee mi corazón y me está esperando.



    –¿Quién es ese? Solo admitiré mi derrota si es más rico que yo y si tiene más autos y más casas de las que yo tengo. Yo estoy dispuesto a pelear por tus ojos que me hipnotizan.



    La chica se retiró y dejó en la memoria del hombre una sonrisa sutil, perfecta como la de una escultura del mármol más fino. Y cuando el hombre se reincorporó notó cientos de ojos llenos de  odio en el ambiente, todos posados en él.



    Y así comenzó la más fría de las batallas por el amor de la ninfa con ojos violetas. Cada hombre de la embarcación mostraba sus atributos ante la desconocida y ante los demás tripulantes, para intimidar y llenar de asombro como si se encontraran ante un público en una feria de fenómenos; un circo de hombres creídos y feos, viejos y jóvenes, llenos de testosterona. Mientras unos bailaban, otros hacían malabares; los más grandes alzaban mesas, a sus esposas regordetas y a un sinfín de objetos pesados con un solo brazo.



    Las esposas e hijas observaban los espectáculos que tenían que soportar diariamente en el crucero, y no se cansaban de preguntarse el motivo de tanta atracción hacia la chica que escribía y se dedicaba a dibujar rosas con su pluma en su misteriosa libreta. Lo que más les pesaba a las mujeres era que la joven misteriosa, con ojos de santa, lucía una actitud modesta y dulce, y no parecía preocuparse por sus horribles y falsos pretendientes. Ignoraba el mundo que la rodeaba y solo reía y dibujaba, reía y escribía.



    Una tarde, la desconocida decidió hablar nuevamente aunque no parecía harta de los hombres ni del crucero. Llamó la atención con el sonar de su copa y una cucharilla para luego transmitir unas palabras a los que disfrutaban de su banquete en el comedor.



    –Veo que muchos son los hombres que buscan de mí, pero el hombre que me ama está esperándome y las esposas de los que me persiguen están celosas y enojadas porque creen que soy más hermosa que ellas. Cosa que no es cierto, pero el humano busca siempre pelear con su semejante.



    –¡Ninguna de ellas se compara a tu belleza! –dijo uno de los hombres, un borracho, y su esposa de inmediato arremetió contra él lanzándole un plato de comida entero.



    –Pronto acabaré con sus males –respondió la hermosa chica, observándolos a todos con sus ojos violetas.



    Antes de anochecer, cuando el cielo se tornó de un naranja brillante y tan solo unas pocas estrellas tuvieron el atrevimiento de asomarse en el cielo, todos vieron el espectáculo que afuera del comedor empezaba a formarse: los hombres, ya ebrios por el ron y los cócteles, miraban asombrados cómo la hermosa chica se desnudaba frente a ellos. La forma de su cuerpo, al caer el  vestido pintado con flores blancas y parecido al manto de un ángel, era perfecta y sin ningún lunar que se asomase en su piel suave. Pero a pesar de la hermosura que ante ellos aparecía, ninguno de los salvajes hombres tuvo el atrevimiento de acercarse y tocarla.



    Lo siguiente que presenciaron, tanto hombres como esposas e hijas, fue cómo la joven tomaba su cuaderno del suelo y se lanzaba por la borda, sin hacer sonido alguno al caer al agua. Todos se alarmaron de inmediato y se acercaron para verificar lo que había pasado. La chica nadaba como impulsada por una fuerza invisible y los miraba desde abajo mientras se alejaba del crucero. Su sonrisa era más radiante que el sol del atardecer.



    Alarmados, los más borrachos empezaron a lanzarse por la borda para perseguir a la ninfa que se alejaba. Diez, veinte, treinta gorilas llenos de testosterona en un mar que no tuvo piedad de ellos. Las esposas gritaban despavoridas por sus amados. Las hijas lloraban porque la chica se fue sin contar el secreto de su belleza. Algunos hombres se ahogaban y otros eran devorados por misteriosas criaturas. Y, al caer por completo la noche, la oscuridad ocultaba la estela de sangre que dejaba la embarcación.


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