Gritos, gemidos, explosiones por doquier;
tantos sonidos se apoderaban del campo a la vez, causando confusión y
discordia. Miguel sólo se atrevía a mirar al soldado y su herida para
distraerse de lo que pasaba en el mundo; el costado donde había entrado la bala
gorgoteaba sangre velozmente, sus sentidos trataban de ignorar el caos para
concentrarse en la vida de aquel hombre moribundo. Porque a eso vino a este
mundo, sin importar que le cayese una bomba encima, sin importar que fuese un
hombre del otro bando, Miguel estaba decidido a cumplir su labor como ser
humano; no se rendía ante la pérdida de su humanidad tan fácilmente, como los
que iniciaron aquella guerra que parecía no tener final. Él aún tenía
apreciación por la vida, quizás no por la de él mismo, pero sí por la vida a su
alrededor.
Fue suturando poco a poco la herida; un
pequeño aparato parecido a un escáner portátil, con una pantalla que sobresalía
y disparaba una luz que tocaba la herida, le indicó que no había daños en los órganos;
esto le facilitó el trabajo. Una vez suturado, sacó otro aparato, del tamaño de
un teléfono celular antiguo; lo encendió y una luz ultravioleta salió de una de
sus pantallas. La luz fue quemando los restos de piel muerta y unificaba lo que
la sutura no había podido unir completamente. El águila dejó escapar un gemido
pavoroso de dolor, que se opacó con el sonido de una detonación, acompañado de
gritos histéricos de hombres siendo devorados por las llamas. Estuvo a punto de
desmayarse, Miguel pudo notarlo al ver sus ojos, que desaparecían en sus
parpados. Pero el soldado se
aferraba a la consciencia como un vaquero se aferra a un toro salvaje,
aparentemente indomable.
- -No
falta mucho. No pierdas la consciencia, es lo único que te pediré por ahora.-Le
dijo Miguel Suarez al soldado. Éste sólo pudo responder con un movimiento de
cabeza.
En lo que terminó de decir esto, un avión, de
proporciones mucho más grandes que los anteriores, se avistó en el cielo dorado
del atardecer.
- - Esto…
Está a punto de terminar.- Dijo el soldado, dejando escapar
una extraña sonrisa en su cara, que se mezclaba con una expresión de angustia e
histeria.
No pasó mucho tiempo. Unos segundos, tal vez.
Una explosión mucho más grande que cualquier otra, más potente, rugió a unos
pocos kilómetros de ellos. Arrasó con cada soldado que se ubicaba cerca, con
cada vida, con cada cosa que se moviese. Un viento veloz, potente y arrasador,
los alcanzó. Mientras la trinchera se llenaba de polvo Miguel pudo ver (con
dificultad) a hombres que volaban por los aires, camiones de primeros auxilios siendo
levantados como hojas al viento, cascos, gritos ahogados por el aire asesino.
La calamidad. El holocausto. El fin de aquella batalla.
Por suerte la trinchera los protegía de la
onda expansiva, pero el sonido aún así llegaba a sus oídos. Y el orificio se
empezó a tapar con el polvo, mezclado con restos de hombres. Ambos se vieron
enterrados vivos ante aquella discordia. Pero no del todo. El ambiente se llenó
de un silencio sepulcral, ya pasada la explosión y sus derivados, y un olor a
carne humana chamuscada impregnaba el aire. Sus cuerpos estaban medio
enterrados en la trinchera llena de cimientos. Miguel tuvo que alzar el cuerpo
del soldado para que no quedase tapado por completo.
Pasaron las horas. El cielo se llenó de
estrellas en un abrir y cerrar de ojos. Ya la tonalidad naranja había
desaparecido cuando recuperaron la conciencia, y el primero en decir algo fue
el soldado:
- -¿Estamos
vivos?
- -Si
estás hablando conmigo, si me escuchas, si no ves ángeles o demonios, es porque
estás vivo.
- - No
puedo moverme –Dijo con dificultad el soldado.
Efectivamente, le era imposible moverse: La mitad de su cuerpo estaba enterrado
entre escombros y tierra amarilla, que reflejaba un tono azulado claro ante la
luz de la luna que apenas se asomaba. Uno de sus brazos estaba atrapado; pero el
otro -el izquierdo-, se encontraba libre. Trató de empujar su cuerpo y sacarlo
pero el dolor, la tierra, y el cansancio, se lo impedían. Frente a él, Miguel
tenía ambos brazos libres, aunque de la cintura a las piernas se veía atrapado
por los escombros.
El soldado recordó que fue el mismo Miguel
quien alzó su cuerpo para evitar que se quedase atrapado en la pila de tierra,
y una vez más lo miró al rostro para hablarle y agradecerle:
- -Gracias.
Muchas gracias. De nuevo me has salvado.
- -Tú
quédate quieto. –respondió Miguel, con una tonalidad
seca, al soldado. Ya no tenía fuerzas para hablar ni moverse, y mucho menos
para escuchar cualquier agradecimiento o exigencia.
Sus oídos se recuperaron del zumbido de la
explosión aunque sus cabezas aún daban vueltas por la sed y el hambre. Les tomó
por lo menos tres horas de quietud y de descanso para empezar a decidir qué
hacer después de eso. Miguel pensó que ya los equipos médicos se habían
marchado, porque la quietud del lugar era casi ahogante. Se imaginó el
cementerio de cadáveres que quedaron esparcidos en el frente de batalla y en
toda la plenitud del terreno. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Si salían de la
trinchera sus ojos presenciarían grandes pilas de cadáveres a lo largo del
campo; con tan sólo imaginárselo se le revolvió el estómago, pero para eso
había sido entrenado: para ver las diferentes facetas de la muerte.
Agradeció que la bomba cayera justo después
de que la herida del soldado se hubiese cerrado. Aunque, de todas formas, en
esos instantes, no debía estar muy estable de salud, las cosas se le hubiesen
complicado si el soldado aun sangrara; puede que hubiese muerto al caer la
noche.
“La
muerte. La guerra. La paz. Ya nada tiene sentido”. Pensó Miguel, mirando hacia
las estrellas y las pocas nubes que los saludaban. De repente, después de horas
de silencio, otro grupo de aviones cruzaron el cielo. Aviones de
reconocimiento. Encargados de asegurarse de que nada ni nadie quedase con vida.
Resulta que el Mega-Cometa lanzado de
último fue un arma definitiva, creada para destruir tanto a enemigos como
camaradas en batalla. Se empezaron a usar con el motivo de eliminar por
completo las bases enemigas, y sólo se construyeron siete del bando de las
ballenas. Pero las ballenas no solían usar éstas armas del mismo modo que las
águilas las usaban. En momentos desesperados como los que vivió la oposición en
aquel entonces, se empezaron a usar los mega-cometas
para borrar todo y a todos, así les costase la vida a sus aliados también. Un
macabro As bajo la manga.
Se escucharon disparos a lo lejos. Miguel y
el soldado no fueron los únicos sobrevivientes. Los aviones disparaban desde
las alturas para quitar los restos de vida que había dejado la explosión.
Los disparos no cesaban en aquella fría
noche llena de estrellas. Fácilmente, si no hubiese habido tanta guerra en el
mundo, Miguel habría estado contemplando ese cielo agraciado con una sonrisa en
su rostro; pero en cambio, sus ojos se llenaron de lágrimas que brotaron de sus
ojos como dos fuentes, dejando líneas gruesas en sus mejillas. “Si dios mira al hombre en este momento”,
se decía, “… mostrarnos esta belleza es
la manera de burlarse de nosotros”.
Bastó una hora más para que cesara el bullicio
de las armas. La tierra en su piel y en sus ropas resultó ser un camuflaje
perfecto para no llamar la atención de los aviones de reconocimiento. Ya la
noche caía de pleno sobre ellos, mostrando su luna muy alta en el cielo
estrellado, y el frío comenzó a atacarlos. Ya había sido suficiente descanso
por el momento, debían aprovechar la noche y sus sombras para escabullirse.
Miguel sabía que debían ser cautelosos,
aunque el mega-cometa había borrado
vestigios de vida, y de seguro había ahuyentado a los enemigos y aliados de sus
alrededores, debían permanecer alertas. Tenía una nueva misión y era poner a
salvo al soldado; para eso debía dejarlo en un sitio seguro, pero el único
sitio así para un soldado águila era el cuartel de las águilas más cercano.
Miguel tomó una larga respiración antes de ponerse en movimiento y se preguntó
si era necesario todo aquello. “Estoy
arriesgando la vida por una persona que ni conozco. Pero ese es mi deber ser, a
eso vine a este mundo.”
- -¡ey!¡ey!
–agitó al soldado antes de que se quedase dormido de nuevo- tenemos que ponernos en movimiento.
- -De
acuerdo. Pero primero necesito salir de aquí.
Con ambos brazos libres, Miguel Suarez empujó
su propio cuerpo y con toda la fuerza que había recuperado, salió de los
escombros que lo tenían prisionero. Costó un poco más liberar al soldado, pero
después de mucha fuerza corporal y ayuda de éste, lo logró. La trinchera soltó
una nube de polvo grande al salir el hombre y ambos cayeron al suelo superior. Miguel
se puso de pie, y le echó una ojeada al lugar. Era justo lo que esperaba ver,
aunque gracias a la noche el terreno se mostraba algo difuso. Un mar de figuras
oscuras sobresalían del suelo plano; ni un movimiento, ni una sola señal de
vida humana. Un cementerio. Un holocausto. A ambos hombres los rodeaba la
muerte; los saludaba con carisma, y aunque ésta se ocultase en la noche, ellos
estaban conscientes de su presencia, de su beso, de su poder.
Una línea fugas surcó el cielo, dejando una estela
de brillo, como una corona plateada en un reino de estrellas. Era como ver la separación
de lo divino y del ser humano. “somos nada
comparados con el universo. Somos sólo polvo de cenizas”, dijo en una voz baja,
casi en susurros, Suarez, y dejó escapar una lágrima que se perdió al caer en el
suelo lleno de sangre.
El silencio daba miedo. El frío daba miedo.
La soledad daba miedo. El olor a carne humana quemada era lo peor. Pero debían continuar.
Suarez sacó de su bolso una caja pequeña de un metal brilloso, de ésta sacó un mapa.
Encima de un lugar determinado del papel se marcaba un círculo azul que indicaba
su ubicación en el terreno, donde se encontraban y donde se había desencadenado
la batalla hace horas. Más al norte, después de unas pocas horas de caminata, se
encontraba una zona boscosa, marcada con color amarillo en el mapa con una nota:
“posible agua y alimento”.
- - Hay
un lugar donde podemos estar seguros.-dijo- En lo que lleguemos, te haré muchas preguntas,
y tú me responderás de forma sincera, cada una sin excepción. Es así como funciona:
tú me debes respuestas y colaborarás conmigo. ¿Estamos?
Al águila no le quedó más
remedio que acceder. No había más que pudiese hacer. No tenía ventajas, ni siquiera
fuerzas para pelear contra un simple soldado médico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario